Después de la peculiar Mambo Cool (2013), Chris Gude vuelve a Colombia para su segunda película. Aunque nos encontramos nuevamente con personajes singulares - actores de su primer trabajo que, por ejemplo, elevan el acto de fumar a todo un arte - no nos llevan esta vez al corazón urbano de las tinieblas y sus antros, sino, a su propio desconcierto, al aire libre. ¿Y dónde? A la península de la Guajira, frontera desértica con Venezuela. La aproximación de Gude es, sin embargo, la misma: en vez de naturalismo opta por posturas hieráticas y estilizadas, en vez de un flujo de parloteos opta por diálogos proféticos, en vez de movimientos superfluos elige planos fijos, y en vez de los azares de las circunstancias prefiere tener encuadres destinados a perdurar. Himno aristocrático a la insolencia soberana, el film avanza sin proporcionar garantías, sin echar raíces, constantemente permitiendo interrumpirse por momentos de humor. Un plano en movimiento sigue a un personaje hasta abandonarlo, desviándose por derecha para negociar gasolina. De cierta manera todo aquí es autónomo: personajes, escenarios, diálogos, cámara. El rompecabezas inestable que encarna Mariana no busca de manera alguna completarse a si mismo para delinear algún mapa nacional. Esto sería un truco de magia equivocado, de ese tipo que, como ejemplifica una secuencia, sólo sirve para entretener a los animales. (JPR, FIDMarseille)