Diego Hernández explora la dualidad entre la realidad y la ficción de los imaginarios que se tejen alrededor de Tijuana. La película sigue a Annya y Guillermo, dos actores que interpretan versiones de sí mismos, enfrentándose a pequeñas batallas cotidianas y que se ven involucrados en una producción audiovisual sobre la violencia asociada a su ciudad. La narración tiene diversas capas que llegan a ser discordantes y hasta disparatadas: registros directos que retratan esa “autenticidad tijuanense” con puestas en escena cómicas e improvisaciones actorales, un paisaje especiado con crudos fragmentos testimoniales. El filme introduce el recurso de la metaficción, con personajes que rompen la cuarta pared, lo que refuerza la tensión de lo “real” y generan un mise en abyme de las memorias del dolor y la resistencia. Es así que gracias a los testimonios sobre el tiroteo en "La casa de la Cúpula" ocurrido en 2008, la película revela las fuertes marcas que dichos eventos han dejado en los habitantes de la ciudad. Además orbitan alrededor referencias al desierto, las maquilas y el “sueño americano” propios de la vida fronteriza. Todo un panorama que permite una reflexión sobre las cicatrices físicas y emocionales de los tijuanenses, mostrando un contexto complejo y bastante particular.
Por Andrés Pedraza