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Momentos de Cinemateca por Manuel Arias

hombre en la Cinemateca

Momentos de Cinemateca por Manuel Arias

1983. Bogotá. Un día de abril a eso de las tres de la tarde. Vagando por esta ciudad que no sé todavía cómo contar, descubro la Cinemateca. Un paraguas contra la lluvia, contra el viento, contra el divagar por ahí en busca de qué hacer y a favor de aquí puede transcurrir su tiempo entre luces y sombras, en imágenes como sueños.

Con la sala llena asistí a la proyección de una película de la que no sabía nada, Kagemusha. El poder hipnótico de sus imágenes, tan llenas de sensaciones y expresadas con una riqueza visual única me atrapó sin posibilidad de escape.

Con esas imágenes adheridas a mis párpados salí al frío bogotano del final de la tarde y comienzo de la noche que suele ponerlo a uno en disposición de pensar cosas inútiles o importantes. Quería digerir mejor lo que había visto, mis pasos fueron un retorno constante a esa especie de casa encantada donde era bienvenido y podía ver el cine que me gustaba.

Akira Kurosawa, es uno de los directores que más me apasiona y de quien en ese momento no sabía mayor cosa, pude ver en la Cinemateca a lo largo de muchos años, toda su obra.  

Cuando la realidad es apabullante o difícil de soportar, la ficción nos apapacha con sus mentiras tan verdaderas. Un hábito del que como espectador asiduo no me desprendí jamás.

La Cinemateca ha sido a lo largo de los años, refugio de vagos, gente de un ratico con la ficción o de un ratico con la no realidad; sitio de moda para zombis, divas que no saben que lo son y otras que lo presumen demasiado; dramas desgarradores, uno que otro gánster, un efímero héroe o heroína de comedia romántica y extras, muchos extras con equidad de género; a veces como parte de una comedia o fin de un drama. Caras que resultan familiares como si allí se citaran los que queremos un algo más de la realidad.

Unos cuantos miles de pasos después, estoy en esta sala a reventar, incluso gente de pie, para el estreno de la primera película que escribí, Ella, el chulo y el Atarván. La emoción está cargada de sustico emocionante, a la primera carcajada me tranquilizo y con las risas finales entendí que lo había logrado, la peli funcionaba.

La Cinemateca había hecho una buena promoción y había unos cuántos afiches del estreno en la entrada, en el pasillo de recibo y en el corredor donde, además, había unos cuantos afiches de otras películas que habían pasado por allí. Terminada la proyección, comenzó una tertulia maravillosa sobre la película, en ese corredor que se convertiría para mí en el lugar donde se intercambiaban opiniones sobre las películas proyectadas.

Después de varias correrías haciéndome cineasta, regreso a la Cinemateca para la proyección de La gente de la universal, que, para entonces, ya había terminado su exhibición comercial. Recuerdo con entusiasmo el fervor de los asistentes una vez terminada la proyección y una charla apasionada en el corredor que solo abandonamos cuando los celadores nos dijeron que era hora de irse, habíamos pasado todos los límites.

Aquella vez no me sentí un visitante, sino el anfitrión. La Cinemateca es la mejor casa propia sin otro dueño que los espectadores, los cinéfilos y los cineastas.

Ha sido también, un buen tertuliadero de todo tipo de personajes, algunos que parecen salidos de las muchas películas que rodaron por esa pantalla, todos sin excepción, interesados en el cine.

Como espectador asiduo descubrí sin darme cuenta, mi gusto por los documentales. La primera muestra documental me permitió ver películas impensables de ver en los circuitos comerciales e incluso alternativos, asistir a retrospectivas y a conversatorios de autores por descubrir. Impulsó al documental, año tras año, hasta convertirlo en hermano gemelo de la ficción y a dejar de verlo como un hermanito pequeño que aún le falta crecer.

Y la animación, un mundo de jóvenes en crecimiento, cada vez más numeroso y sólido.

Un buen parche de diversión, de conocimiento, de paso del tiempo, todo en un solo espacio, como una casa encantada que se expande para cobijar nuevos y más espectadores.

La Cinemateca es el lugar donde los sueños se cuentan para que no se nos olvide que existen. El sitio donde se puede expandir la vida más allá de las imágenes.

He visto tanto cine en esa sala que siento cómo soy un personaje de ficción que siempre anda por ahí intentando aferrarme a alguna de sus realidades.

 

*Artículo escrito para la Revista Cinemateca por Manuel Arias alusivo a la celebración de los 50 años de la Cinemateca de Bogotá.