José Alejandro González recorrió el mundo con una cámara, retratando rostros, voces y encuentros efímeros con desconocidos. En uno de esos viajes, mientras trabajaba limpiando en un hotel del norte, la cámara se volvió hacia sí mismo. Habitante nace de ese gesto: una bitácora íntima hecha de archivos personales, fragmentos de viaje y silencios compartidos. A través de un montaje sensible y fragmentado, la película explora las resonancias entre la vida del cineasta y la de aquellos que encontró en el camino, revelando ecos comunes de migración, desarraigo y búsqueda. Más que un retrato del otro, Habitante es una pregunta sobre cómo habitamos el mundo, sobre el deseo —a veces imposible— de pertenecer. Entre la ternura y la incomodidad, entre la observación y la autoexploración, la película se convierte en un diario emocional que, al mirar hacia afuera, termina revelando el paisaje interior de quien filma.