Texto curatorial por David Hernández Palmar
El cine, como poderosa estrategia de transformación social, nos invita a la empatía y al reconocimiento de la diversidad en todas sus formas. En este contexto, La vorágine, como referencia literaria para esta curaduría, no solo reafirma la existencia de tensiones históricas que aún persisten, sino que también revela nuevas dimensiones desde otros enfoques, como la biodiversidad, la preservación de las lenguas indígenas, la relación con la madre tierra y, sobre todo, la valorización de narrativas que nos invitan a imaginar futuros más justos y sostenibles.
Las películas seleccionadas exploran las profundas conexiones entre la naturaleza, las lenguas y las narrativas de resistencia, al mismo tiempo que ofrecen una visión plural del mundo desde nuestros relatos como comunidades indígenas, las luchas campesinas, todas atravesadas por las vorágines contemporáneas que amenazan tanto la naturaleza como la diversidad humana.
Estoy convencido de que la mejor forma de empatizar con el otro es acercarse y "escuchar" su historia, por eso propongo como clave de esta selección la categoría de "comunidad", no como un grupo limitado, sino como la manifestación de una conciencia colectiva que crea relaciones y soluciones para enfrentar los problemas.
El cine propuesto aquí va más allá, ya que va mostrando cómo las comunidades nos organizamos y resistimos frente a las vorágines de explotación, el desplazamiento forzado y la pérdida de lenguas y territorios, porque por cada historia que contemos posponemos el fin del mundo.
El río de las tumbas
En 1964 Julio Luzardo realizó su obra más significativa en la historia del cine colombiano titulada El Río de las Tumbas, año en el que el denominado Frente Nacional desarrollaba su segundo periodo de repartición gubernamental en pos de apaciguar los ánimos de la llamada violencia partidista entre conservadores y liberales. Su titulo sugestivo en medio de una historia sencilla, expone uno de los problemas que parece -aún en el presente- se instaura como uno de los accionares violentos ante el problema escabroso de los muertos por la violencia, el río como escenario de seres humanos irreconocibles bajo el seudónimo de dos letras: NN.