Se escuchan aullidos:
Un extraño autorretrato protagonizado por una niña que suplica que la dejen andar en bici sin restricciones. Acompañada por su padre, que le susurra al oído historias del lugar, por un fantasma lleno de poesía y por una mujer lobo que toca el piano, intenta encontrar el lago de Texcoco
Los rayos de una tormenta:
Varios hombres vestidos de aztecas, que se dedican hacer limpias espirituales en el centro de la Ciudad de México, deciden recrear la batalla del Árbol de la Noche Triste. Pero nadie quiere representar a Hernán Cortés, en esa noche que lloró por sus amigos muertos. Finalmente, los únicos que aceptan son los chicos que generan temor desde sus motos en las calles de los barrios de la ciudad. Sabiendo que van a morir los chicos deciden hacerlo con estilo y sin querer sus heridas se convierten en pequeños homenajes al cine de serie B de Asia.
Julio Hernández Cordón: Un cine del movimiento perpetuo - Un texto de Pedro Adrián Zuluaga
Los personajes que pueblan el universo ficcional de Julio Hernández Cordón (1975), especialmente los jóvenes, se desplazan por la ciudad en patinetas, bicicletas, motos o carros, como si buscarán abrirse camino o ir en busca de aire fresco para sí mismos. Y es que aunque se entreguen a estos rituales cotidianos de libertad y movimiento, sus vidas están asfixiadas por las circunstancias. ¿Se trata entonces de un movimiento perpetuo hacia ninguna parte? No es tan simple.
Al deambular, las películas de Hernández Cordón encuentran a su paso la extensión de la red de violencias que agitan a lo que él mismo llama Mesoamérica (ha vivido y filmado en México, Costa Rica y Guatemala), y el efecto de esa violencia en sus personajes. Pero su cine es también sobre cómo se deshacen y rehacen los afectos y los vínculos, en una tensión permanente entre el deseo de libertad y la necesidad de compañía. En la intemperie existencial en la que viven, los personajes de Las marimbas del infierno (2010), Hasta el sol tiene manchas (2012) o Polvo (2012) crean impensables formas de convivencia.
La otra tensión omnipresente en la obra del director es entre lo permitido y lo prohibido, o entre ley y transgresión. Desde su potente ópera prima Gasolina (2008), en donde tres adolescentes dan tumbos por una ciudad centroamericana robando el combustible, Hernández Cordón ha mostrado lo difusa que es la frontera entre lo legal y lo ilegal en el capitalismo depredador que gobierna la región.
Lo que ocurre en las fuerzas sociales tiene un espejo en los personajes, en sus relaciones más inmediatas y en su mundo interior. En un paisaje en astillas el malestar se extiende. En el teatro íntimo de los personajes también ocurre esa lucha entre lo admitido y lo permitido, pero las películas de Hernández Cordón se alejan de un discurso moralizante.
Vera, la joven vampiro de El día es largo y oscuro (2024), la última película del director, está atravesada por la ansiedad de su deseo incontrolable de sangre, en una especie de continuación transformada de los jóvenes protagonistas y amantes de Te prometo anarquía (2015), que se dedican al tráfico de su propia sangre.
El vampiro y otros mitos populares (como la mujer lobo en Se escuchan aullidos) son revisitados por Hernández Cordón, pues Mesoamérica, su pasado sumergido y un presente en el que emergen todas las contradicciones, también es el lugar de lo monstruoso. La filmografía del director se anticipa y dialoga con el amplio interés que existe hoy en el cine latinoamericano en torno al monstruo, más allá de su uso convencional y apolítico en el cine de terror de otras geografías.
En sintonía con el deambular de los personajes, y de la cámara que los sigue y encuentra mundos, el cine de Hernández Cordón desplaza y mezcla los géneros, enrarece los estilos conocidos y sigue caminos poco comunes o codificados. Es la representación libre y juguetona de mundos y personajes aprisionados. Su cine los pone en movimiento y eso no es poca cosa.
