Luego de varios años cuidando a su esposo enfermo, Isabel enviuda y queda sin nada que hacer. Con sus días vacíos accede a ayudar a su vecina Toña a decorar el funeral del carpintero de la comunidad. Como es pobre y de pocos recursos se requiere de gran creatividad para hacer que una caja de madera luzca menos simple. Isabel usa elementos del taller de carpintería, desde aserrín hasta sierras y herramientas de trabajo colocados sobre la caja. No todo el mundo aprecia el estilo poco convencional de Isabel pero ella continúa vitoreada por Toña.
Con cada funeral su creatividad crece inspirada en los detalles de la vida del difunto, y se convierte en la decoradora de funerales de la comunidad, hasta que se confronta con la verdadera mirada de Toña a la muerte. Isabel regresa a su rol de cuidadora cuidando de una vecina con una enfermedad terminal, hasta que entiende que a veces algo tiene que morir para otra cosa florecer.